La muerte no nos asusta, la vida nos ha curado de espanto
Por Natalia Lara

Este día la muerte se espera con gusto en Querétaro, se le prepara toda una fiesta con adornos de papel picado, flores de cempasúchil, comida típica de la región, veladoras, vino, fruta y dulces deliciosos.
Cuentan los abuelos, que esta fiesta es quizá nuestro primer encuentro con la muerte. Antes de verle las vacías cuencas de los ojos conocemos su representación en figuras de azúcar, de chocolate, de leche quemada, calaveritas que recuperan la memoria de cuando los viejos nahuatlacos las elaboraban con semillas de amaranto y miel de maíz o de maguey para recibir el alma de los muertos.
Viene el “Día de Muertos”, dicen los que saben y cada comunidad en Querétaro le da su toque especial. Asì que, no lo duden, hay que prepararse para recibir la visita de nuestros difuntos o para pasar un rato con ellos en el camposanto. Podrían tomarlo a mal y plantarse a la puerta de nuestra casa, silenciosos y transparentes, reclamándonos el mal trato.
En la Ciudad de Querétaro se prepara “Mictlán, Camino al Inframundo”, un recorrido a lo largo del Centro Histórico para caminar estas antiguas calles y que estará en exhibición del 28 de octubre al 6 de noviembre. Y ¡què cree? Los muertos siguen tan vivos que se espera que aùn después de su partida, convoquen a 45 mil turistas y más de 120 mil visitantes, y dejen una derrama económica de más de 260 millones de pesos.
Muchos son los personajes que aparecen en las calles. Algunos son de los seres queridos cercanos, otros han permanecido vivos a través de generaciones y son parte de muchas y variadas leyendas- Los alebrijes cobran vida, los xolosincuintles ladrarán como nunca. Pero, ninguno de ellos opaca a la “Diva de divas” que cada año nos acompaña: la Catrina con su sequito de alfeñiques.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española asegura que la palabra alfeñique es de origen árabe y con ella identificamos los dulces de pasta de azúcar cocida en barras para formar diversas figuras. El dulce llegó con los españoles a tierras mexicanas donde se le dio el nombre de charamusca, verdaderas obras de arte popular, esculturas de azúcar para recrear y dar forma al imaginario mundo de la muerte: calaveras, esqueletos, ataúdes, cruces, momias, flores, huesos.
La estrecha relación de las culturas prehispánicas con la muerte fue documentada por Fray Bernardino de Sahagún: “los naturales acostumbraban representar a sus dioses con efigies hechas de amaranto y miel. Esto ocurría en el mes llamado tepéhuitl, cuando se honraba a los montes eminentes. Para esta festividad hacían figurillas humanas con una masa llamada tzoalli que ofrecían a los dioses, aunque también las hacían para honrar a sus muertos”.

Fray Toribio de Benavente, Motolinía, uno de los evangelizadores más apreciados por nuestros abuelos indígenas cuenta que “por el mes de noviembre, cuando ya se había levantado la cosecha, los naturales acostumbraban hacer tamales, y mientras se cocían, tocaban y cantaban para que estos tamales se convirtieran en la carne del dios Tezcatlipoca”.
Las viejas creencias fueron perseguidas y prohibidas por los españoles, pero nunca se logró hacerlas desaparecer por complote. Don Antonio García Cubas, cronista de usos y costumbres en el bajío del siglo XIX, consigna: Los días de muertos se tornaban una verbena popular, en la cual se vendían todo tipo de dulces como las palanquetas, los dulces cubiertos y confitados, los conduminios, la calabaza en tacha, y desde luego los alfeñiques, entre los que sobresalían los alfeñiques, consumidos con formas de cráneos, esqueletos, tibias y otros huesos humanos”.
En medio del banquete, la Catrina luce su elegancia de pies a cabeza sin negar su pasado indígena: el sombrero con los colores de las amapolas, los 13 colores del maíz teotihuacano que dieron lugar a la creación de la humanidad y esa estola que es el símbolo del pájaro-serpiente, el vuelo y lo terrestre, la conjunción de los opuestos, donde el hombre es intermediario entre el cielo y la tierra.
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