Hay de deudas a deudas. Esta es parte de la deuda externa de nuestro país que sin lugar a dudas cada mexicano estaría dispuesto a saldar. Por Jorge Lara Tovar.

Sin lugar a dudas, los mexicanos tenemos una deuda de honor con un viejo arquitecto Valenciano: Don Manuel Tolsá Sarrio. Ni más ni menos que el responsable de terminar las obras de construcción de la Catedral Metropolitana. Ahí, donde cada día de los Manueles se celebra a las “mulitas”, o sea “los jueves de Corpus”. Ahí donde todavía existe un hermoso órgano, dónde tal vez usted le dio el sí a su pareja para toda la vida.
Construido en cantera gris, el edificio de la Catedral hace contraste con el mármol blanco utilizado en los relieves. Los expertos en arquitectura describen su fachada como de estilo herreriano, sus torres miden 67 metros de altura y albergan 18 campanas. En su interior hay 5 grandes altares, destacando los dos mayores: el Altar del Perdón y el de los Reyes. También encontramos 14 capillas, el coro monumental, la crujía, la sala capitular y la sacristía. Dentro de ella se conservan notables tesoros como la sillería, los órganos del coro y grandes lienzos de Correa y Villalpando.
Tolsá recibe la catedral en su última etapa de construcción, y la remata espléndidamente. Da a la obra “un aspecto de algo concluido, íntegro”, afirma don Manuel Toussaint.
Sobre la fachada principal coloca un enorme volumen para que alcance la altura del arranque de las torres, con ello consigue darle unidad a la fachada principal, y para quitarle rigidez, la corona con tres esculturas, de gran tamaño y perfecta proporción con el conjunto.
Además de eso, unifica fachadas, torres y contrafuertes, mediante el tema armónico unificador de las balaustradas, que se repiten a lo alto, largo y ancho de toda la Catedral.
En las torres sigue repitiendo su tema espacial: las balaustradas y muretes que sostienen los florones, para insistir más aún, en la importancia de la balaustrada, pero también para subrayar la estructura sustentante.
La cúpula será su gran remate. Al elevar el volumen del reloj la cúpula quedaba escondida, Tolsá le adosa en piedra medias pilastras y encuadra las ventanas con columnas jónicas rematadas con frontones muy resaltados. De esta manera logra darle amplitud y vista desde lejos parece una corona magnífica del templo; al mismo tiempo, aumenta su peralte agregándole un amplio anillo, como entablamento, con ménsulas ornamentadas y levanta una linternilla, que sí parece desproporcionada, pero en relación a la vista normal y usual desde cualquier ángulo y desde la calle luce perfecta, resalta sobre la fachada e incide y expresa el centro más importante de la Catedral. Finalmente la ornamenta con una franja de gajos cubierta de azulejo y le agrega relieves y dibujos.
Las esculturas del reloj son obra de Tolsá, perfectamente proporcionadas a la arquitectura. Fe, Esperanza y Caridad son los temas y los signos usados para simbolizar éstas virtudes teologales.
Don Manuel Tolsá nació en la Villa de Enguera, de Valencia, España, el 4 de mayo de 1757 y 34 años después llega a la noble y leal ciudad de México, donde se dedica a desarrollar sus mejores obras. Durante los ratos libres que le dejaba la construcción de la Catedral y para no aburrirse realiza una de las esculturas que más identifican a la ciudad de México y que es considerada como una de las más hermosas del mundo: la estatua ecuestre de Carlos IV, conocida popularmente como “El Caballito”.
Este caballo gigante mide 5 metros de longitud y 4.88 metros de altura, está hecha en bronce, pesa 20 toneladas, y se necesitaron moldes especiales para fundirla y trasladarla. Se comenzó a fundir en 1795 y se acabo hasta 1802, Tolsá tardó ni más ni menos que 14 meses en pulirla y darle los toques finales. Fue colocada inicialmente en el Zócalo el 9 de diciembre de 1803 y de ahí cabalgo hasta el cruce de las calles de Reforma y Bucareli, frente al edificio de la Lotería y volvió a cabalgar hasta la plaza que lleva el nombre de su autor frente al Palacio de Minería que, curiosa coincidencia, fue proyectado y construido por el mismísimo Manuel Tolsá.
La construcción se inició en junio de 1797 y pasaron 16 largos años para que el edificio quedara concluido, pero eso sí, es considerado como la obra maestra de Don Manuel.
El edificio se desarrolló en tres plantas: baja para viviendas, laboratorios, cocinas, comedor, despensas y otros servicios; entresuelo para viviendas de funcionarios y personal del Colegio de Minas, así como para dormitorios de los alumnos y el piso principal se destinó a las aulas, vivienda del director, capilla y salón de actos.

Forman parte de su arquitectura la Ex-Capilla, el Salón de Actos, el Salón del Rector, el Salón del Director, la Galería de Rectores, y la Biblioteca.
Los espacios se articularon alrededor de patios uno central de grandes proporciones en el que se conjugaron vestíbulo, patio y escalera y otros de menores dimensiones ubicados en la parte sur a donde daban los laboratorios y dormitorios de los alumnos.
El Palacio de Minería es una expresión de la arquitectura Neoclásica. Cuando uno lo recorre resaltan en él la elegancia de las formas y la justeza de la proporción. Tolsá supo aprovechar su gran experiencia como arquitecto, logrando una bella armonía de luces y espacios en donde se conjugaba la funcionalidad y los elementos arquitectónicos monumentales.
El Palacio de Minería se halla situado en la Ciudad de México en la primera calle de Tacuba, aislado en sus tres lados, pues su fachada principal ocupa toda una cuadra, entre el callejón de La Condesa y la calle de Filomeno Mata. Así situado, su fachada principal mira al norte, en una extensión de 90 metros de longitud y la del poniente 81 metros, ocupando todo el edificio una superficie de 7606 metros cuadrados.
En suma, el Palacio de Minería reúne las tendencias predominantes de la arquitectura española de la época. Por un lado se dio en Tolsá una voluntad de actualidad, anclada, sin embargo, en las tradiciones italianizantes, filtradas por el tamiz de la sensibilidad artística hispánica. Por el otro lado, se dio una postura de vanguardia, preludio de la arquitectura más auténtica del siglo XIX, aquella que utilizó los recursos industriales y se olvido de la ornamentación escultórica, de los órdenes clásicos y de las molduras asociados con ellos.
Romanticismo, por lo demás, hay en los tantos veces mencionados elementos funcionales. Se trata del romanticismo visionario, el de la identificación de la pureza social con el mundo grecorromano. Se puede hablar en el Palacio de Minería de un recuerdo de los pallazos romanos a la vista del volumen concebido como un bloque de clara escultura geométrica y con una falta de sistematización de las plantas.
Estos son sólo tres ejemplos del genio de un gran arquitecto y escultor, al que los mexicanos, no nada más de la capital, le debemos un legado de belleza y funcionalidad. En Guadalajara, podemos recorrer el Hospicio Cabañas cuyo proyecto por él fue realizado. En Puebla tenemos el Ciprés de la Catedral y la escultura de la Purísima Concepción. El proyecto para el convento e iglesia de Las teresitas en Querétaro fue obra de él. Diversas piezas escultóricas y decorativas, como los Cristos de bronce de la Catedral de Morelia son parte de su legado. Su obra es fundamental por la influencia que ejerció en el ámbito nacional en relación con el nuevo estilo neoclásico ampliamente difundido en todo el país.
Murió en la Ciudad de México el 24 de diciembre de 1816, sus restos se enterraron en la Iglesia de Santa Veracruz de esta ciudad.