Los viejos túneles del Pueblo Mágico de Salvatierra

Leyendas que atraen a los visitantes que no temen la oscuridad. A escasos 85 kilómetros de la capital queretana, se encuentra el Pueblo Mágico de Salvatierra, Guanajuato, donde cuentan las leyendas que se esconden tesoros y cadáveres de enamorados y cristeros. Por Elzbieta Carmona.

Sandra Luz Rodríguez. Luchita, es una artesana de Guanajuato que vende sus productos en uno de los corredores del Centro Histórico de Querétaro. Hace 15 años abrió un taller de tejido y cerámica en una comunidad cercana a Salvatierra, Guanajuato, donde una docena de mujeres tejen, cosen y bordan verdaderas obras de arte para ofrecer a los turistas.

Luchita es muy platicadora, como buena comerciante, y le gusta mucho ver a los grupos de teatro de la calle que representan las leyendas que desde hace casi 500 años se cuentan de boca en boca entre los pobladores de Querétaro. Asegura que por eso cada día llegan más y más personas a esta ciudad y siente un poco de tristeza de no saber cómo hacerle para que en el pueblo de sus padres hicieran algo parecido y le contarán a los turistas todas las leyendas que sus abuelitos le contaban sobre Salvatierra en Guanajuato.

Invitada por la empresaria artesanal recorrí los 85 kilómetros que separan a la capital queretana de uno de los rincones de Guanajuato que ha sido reconocido como Pueblo Mágico. Se encuentra en el valle de Guatzindeo, “el lugar de la hermosa vegetación” como lo bautizaron los indígenas purépechas que lo habitaron antes de la llegada de los españoles.

A decir de Luchita, aquellos antepasados no tenían ninguna aldea, sólo pescaban, cazaban y cultivaban calabaza, maíz chile y fríjol. Cuando llegaron los españoles acompañados de frailes agustinos poblaron el lugar y comenzaron a construir los puentes, las haciendas, los conventos, las casonas y el hermoso convento barroco de las capuchinas, construido en 1778, y que es uno de los sitios más visitados del lugar sobre todo porque las leyendas afirman que hasta aquí llegaban los túneles que trazó siglo y medio antes don Juan de Riquelme de Quiroz.

Túneles que usaban las jóvenes que eran recluidas en el convento capuchino para salir sin que nadie en el pueblo supiera de sus escapadas, pero donde murieron muchas de ellas pues eran tan largo que llegaban al punto donde ya no alcanzaba el oxígeno.

 Asegura también que fueron utilizados como refugio por asaltantes de caminos, revolucionarios y grupos de cristeros, que eran anchos y muy altos pues podían entrar los hombres montados en su caballas sin ningún problema y desde sus profundidades salen gritos en las noches sin luna.“Se imaginan qué de historias podrían contar los teatreros, porque quienes gritan son los espíritus de brujas, poseídos, de frailes y monjas que fueron lapidados”, comenta Luchita.

Aprovechamos para llegar hasta su plaza de Armas, frente a la parroquia de Nuestra Señora de la Luz, otra imponente muestra de la arquitectura religiosa colonial, donde durmió el cura Miguel Hidalgo en octubre de 1910 cuando viajaba hacia Morelia. Más allá está el Portal de la Columna, el Convento de San Francisco, el Mercado Hidalgo y la Plaza de Toros. La caminata despierta el apetito y es un alivio encontrar fondas, restaurantes y cenadurías donde se preparan gorditas de trigo, tamales de cacahuate, puchas de huevo con harina, tequesquite y mezcal y unas deliciosas bolitas de leche o unas sabrosas corundas.

Luchita insiste en llevarnos hasta el Salto, una pequeña pero hermosa cascada formada por las aguas del río Lerma. La invitación de Luchita nos permite comprobar que es una mujer llena de cualidades: empresaria, trabajadora y conocedora de la historia de Salvatierra, el sitio de la hermosa vegetación.