Los organillos nacieron en Europa, allá por el siglo XVII. Llegó a México desde Alemania a finales del siglo XIX y los mexicanos se lo apropiaron con el nombre de cilindro con el cual inundaron de música las calles de sus ciudades. Por Jorge Lara Tovar.

Cuenta mi abuelita que ella vivió en una vecindad en la esquina de las calles de Tacuba y República de Argentina, enfrentito de donde estuvo la original joyería y relojería “La Princesa”. Allá por los años veinte del siglo pasado y aunque en ese entonces no existía todavía la radio y mi abuelo no ganaba tanto como para comprarle un fonógrafo, la música nunca les faltó.
En esa misma vecindad vivían dos cilindreros, que de día tocaban abajo, en esa misma esquina, y de noche tocaban arriba, dentro de su vivienda para ajustar los rollos y la manivela del cilindro. Lo mismo tocaban los valses de la familia Straus, que el orgullo de México “Sobre las Olas”, del guanajuatense Juventino Rosas.
Y como no iban a alternar estos dos dos músicos, si los primeros cilindros de manivela llegaron a México desde Alemania donde el anhelo humano de reproducir sonidos armoniosos, primero con el canto y luego con instrumentos, los llevó a buscar un mecanismo que les permitiera disfrutar de la música. Fue así como Athanasius Kircher en 1630 armó la arpa eolia, un instrumento con cuerdas tendidas que vibraba de manera armoniosa con el simple paso del viento.
Los vecinos cilindreros, no sólo daban vueltas a la manija de su aparato, tenían que aceitarlo, limpiarlo, ellos mismos debían de vestir un uniforme que los distinguía del resto de la población y, algunos de ellos, eran verdaderas enciclopedias sobre la historia de estos instrumentos.
Fue así como mis abuelos se enteraron que en 1866, Paul Lochmann en Leipzig sustituyó el cilindro a puntas por un disco metálico. La ventaja del sistema fue el intercambio de los discos. El siglo XIX fue rico en progresos técnicos. Con la invención de la lengüeta, la variedad de los instrumentos se volvió algo extraordinario.
Se fabricaron Organettes de menor costo que los instrumentos con cañón (Ariston, Herophon, Amorette, kallyston). Los nuevos soportes de cartón, papel y a veces metal permitieron la extensión del repertorio. Del telar de Jacquard se inspiraron para hacer los cartones perforados, como el del acordeón. La aparición de otras tecnologías como los neumáticos y el motor eléctrico dió un nuevo desarrollo a la música mecánica y permitió la construcción de pianos eléctricos y orquestones.
Por consecuencia, se desarrolló una fuerte producción de instrumentos de música mecánica destinados a tocar música de salón como:
- La caja de música a disco: Polyphon, Symphonium, Celestina…
- Los Organettes a lengüeta y discos de cartón perforado : Ariston, Herophon, Amorette…
Cargando su caparazón de madera, los cilindreros invadieron las calles de México, tanto en la provincia como en la capital. Los encontraba uno dándole vueltas a la manivela lo mismo en los parques públicos, afuera de las iglesias o a las puertas de las cantinas. Eran parte del paisaje. Llegaron incluso a ser contratados para llevar serenatas y para amenizar bailes y reuniones.
Aunque usted no lo crea, músicos famosos como Händel, Hayden, el mismo Mozart y hasta nuestro estimado Beethoven compusieron obras para ser interpretadas en órganos mecánicos, parientes de los cilindros del siglo XX. A la manera de “disc-jokeys”, dependiendo el lugar donde iban a tocar, los cilindreros elegían su repertorio.
Muchos de ellos no desdeñaron la compañía de animales, el más famoso de sus compañeros: el mono cilindrero que ataviado con su gorra y vasija en mano recolectaba la cooperación siempre voluntaria del selecto público.
Pero esos tiempos ya pasaron, aunque todavía puede uno, con un poco de suerte, encontrarse por la calle con un viejo cilindrero.