Cien años de muralismo en México

Aunque desde niños se nos advierte y amenaza por pintar en las paredes, esta es quizá una de las más antiguas manifestaciones de que todos llevamos un artista dentro. Por Jorge Lara Tovar.

El registro más antiguo de la sana costumbre de pintar sobre las paredes lo encontramos, sin lugar a dudas, en las paredes de las cuevas de Altamira, en el norte de España, en la región central de Cantabria, entre los límites de los términos municipales de Santillana del Mar y Reocín. Sin embargo, a lo largo y ancho de nuestro planeta, los seres humanos han dejado plasmados sobre las paredes testimonios de su ingenio, creatividad, preocupaciones y ocupaciones.

En 1922, artistas plásticos mexicanos iniciaron un movimiento pictórico que pretendía plasmar sobre los muros de edificios públicos una serie de imágenes que ayudaran a nuestros abuelos a comprender las raíces de todo aquello que nos une como pueblo. Al cumplirse 100 años del inicio de aquel movimiento, María Andrea Giovine Yáñez, del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, ofreció la conferencia “Del mural a la página. Diego Rivera, ilustrador de impresos”, en la señala que los libros de texto gratuitos de la Secretaría de Educación Pública de 2020 recupera imágenes de los murales mexicanos.

“No es lo mismo ver un mural en Palacio Nacional que en la cubierta de un libro, pero resulta interesante ver como esas imágenes viajaron de los recintos a los espacios cotidianos de los lectoespectadores”, comento la especialista en relaciones entre imagen y texto, y cruces entre literatura y artes visuales en los siglos XX y XXI.

Si bien las imágenes del muralismo en libros pierden características de contemplación, ganan mucho en difusión y cumplen con su objetivo de dispersar imaginarios, posturas ideológicas y artísticas, pues no debemos olvidar que el muralismo fue un proyecto nacional de educación, de alfabetización del pueblo a través de imágenes

Giovine Yáñez  destacó que la Biblioteca Nacional de México resguarda la obra impresa de los principales muralistas mexicanos (Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros) a través de sus colaboraciones en periódicos, revistas y carteles. En el caso de Diego Rivera, se tienen ilustraciones desde 1906 hasta 1957.

“Sin embargo, el pintor mexicano como otros artistas plásticos no recogieron sus trabajos como ilustradores en sus archivos de obra ni hicieron mención de ellos en sus biografías, ni dedicaron sección alguna en exposiciones retrospectivas, quizá porque era una encomienda con un pago distinto. Para algunos la ilustración fue un trabajo previo a consagrarse como artistas”, comentó la investigadora.

En los archivos de la Biblioteca Nacional podemos encontrar  las ilustraciones de Diego Rivera para el poema de Salomón de la Selva “El soldado desconocido”, donde destacan sus iniciales D.R.; también está una portada  para la novela “Los de abajo”, de Mariano Azuela, así como ejemplares de la revista Mexican Folkways, dedicada al arte popular, publicación clave en el trabajo de Rivera como ilustrador. Son imágenes que después pasaron a su obra plástica y a otros impresos, los cuales se podían adquirir en los quioscos de periódicos, lugares que “eran parte de la vida cotidiana de los consumidores de la prensa de la época”.

“Otro ejemplo de los viajes y difusión que tuvieron las imágenes de Rivera a través de publicaciones son 20 acuarelas que realizó para un texto del Popol Vuh que se ilustraría en Japón, en 1930, pero que no se terminó. Hoy sí existe una edición español-japonés de este texto maya con ilustraciones del pintor mexicano. Las imágenes se difundieron hacia muchas latitudes por medio de un libro. Quizá no muchos lectores de esa edición han visto un mural original de Rivera, tal vez tampoco han visto una pintura prehispánica, pero a través de las posibilidades de circulación de los impresos pueden llegar hasta sus manos”, dijo.