Apuntes al vuelo: Calakmul/ William J. Folan I

Por Jorge Lara Tovar

El pasado 20 de abril falleció el doctor en Arqueología William Joseph Folan Higgins, en la ciudad de San Francisco de Campeche, donde vivió y trabajó buena parte de su vida.

Tuve el privilegio de conocerlo en el año de 1990, cuando dirigía las excavaciones de la zona Arqueológica de Calkmul. Hasta donde se sabe, el lugar fue una de las más importantes ciudades mayas en lo que hoy es el estado mexicano de Campeche.

No fue fácil llegar a esta zona ubicada en medio de la selva chiclera, en lo que podemos considerar es el corazón de la Reserva Biológica del mismo nombre, de la que el doctor Folan fue uno de los principales promotores.

Cuando, acompañado por un equipo de producción audiovisual, en el que iba como camarógrafo Ángel Cortés, mostré mi permiso expedido por el INAH en la Ciudad de México, los encargados de la delegación INAH en Campeche se rieron pues ni ellos conocían el lugar. Había que recorrer147 kilómetros hasta Escárcega y otros 107 kilómetros en medio de una cerrada selva para llegar hasta el sitio arqueológico.

Además, la única persona que podría mostrarnos el camino, Juan Pech, estaba en Calakmul y no sabían cuando regresaría. Por fortuna, en ese momento, Juan Pech llegó para pedir un vale por media tonelada de cemento para apuntalar las excavaciones. Cuando supo que nuestra misión era filmar en el lugar se mostró entusiasmado y nos citó para salir al día siguiente.  

Al llegar a Escárcega, o tuvimos más remedio que ayudar a cargar en una camioneta de redilas de 3 toneladas, la media tonelada de cemento. Pero hasta esa situación serviría para armar nuestro reportaje. El peso de la carga ayudaría para que la camioneta no derrapara en medio del camino que atravesaba tierras pantanosas.

Poco a poco nos adentramos en ese bosque tropical, donde el clima, el suelo y la vegetación son muy particulares, son una mezcla de selvas altas y medianas con selvas bajas que temporalmente se inundan y tienen una vegetación acuática. ¿Y qué decir de las especies animales que ahí bien? Cuyas voces nos dejaban saber quiénes eran los dueños del lugar: jaguares, recoletas, tapires, pumas, monos, halcones, gavilanes, y millones de murciélagos de todos los tamaños.

Fueron 107 kilómetros que recorrimos en poco más de 16 horas porque, contra todo pronóstico, ese mes de febrero llovió copiosamente y la selva había vuelto a cerrar el camino que, en sentido contrario, era seguido por los migrantes centroamericanos indocumentados que desde Guatemala tratan de llegar a los Estados Unidos.

Abriéndonos paso entre las ramas, esquivando trocos, atascándonos en dos ocasiones y cargando a pie el equipo de grabación los dos últimos kilómetros, arribamos al sitio que parecía anunciado por las estelas y pirámides mayas semienterradas.

Después del recorrido, más de 24 horas después de haber tomado nuestro último bocado, acariciaba lo que consideraba el salvoconducto que nos permitiría cumplir nuestro objetivo: el permiso expedido por el INAH, con sus sellos correspondientes. Nadie, ni el doctor Folan, no los arqueólogos que lo acompañaban se mostraron interesados en mirarlo.

Apenas arribamos al campamento, un grupo de mujeres que trabajaban afanosamente se quedaron viéndonos y nos preguntaron: ¿quieren almorzar?