Últimamente los habitantes del Distrito Federal acostumbran reunirse alrededor de él para celebrar el triunfo de sus favoritos. Los políticos lo usan como slogan de campaña (Una ciudad con Ángel) y los altos funcionarios extranjeros hacen una guardia de honor en memoria de los personajes que han ofrendado su vida para hacer de México un gran país. Pero ¿sabe usted desde cuándo contamos con su presencia? ¿Quién lo construyó? ¿Qué representa? Por Jorge Lara Tovar.

Fue en el año de 1843, cuando el gobierno de México convocó a un concurso para edificar un gran monumento en el centro de la Plaza de Armas de la capital. El certamen fue ganado por un arquitecto francés de nombre Enrique Griffón; pero Santa Anna, quizá por el acoso de los imperios europeos, lo rechazó y mandó hacer otro concurso que ganó el arquitecto Lorenzo de La Hidalga.
Su proyecto aparece en una pintura de Pedro Gualdi de 1843, en la que se destaca, en la plaza, la gigantesca columna coronada no por un águila, sino por una figura alada con las manos abiertas. La inestabilidad política que vivía el país impidió concluirlo, y se construyó sólo el zócalo, que dio origen al nombre popular con que se conoce desde entonces nuestra Plaza de la Constitución.
Fue hasta el año de 1900 cuando la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas encarga al arquitecto Antonio Rivas Mercado el proyecto de un monumento para ocupar la cuarta glorieta del Paseo de la Reforma.
El diseño se parece mucho al que iba a ser construido en el zócalo, al grado que muchos periodistas de entonces destacan las similitudes y Don Antonio Rivas se defiende diciendo: “el monumento fue realizado siguiendo la tendencia de los grandes pueblos que levantaron columnas a sus héroes y a sus triunfos, como la de Alejandría, en honor de Alejandro, y las de El Incendio de Londres; de Napoleón en Bolougne; la Alejandrina en San Petersburgo; la Antonina en Roma, y la Vendóme en París.»
La revista “Mundo Ilustrado”, del 12 de mayo de 1902, publicó un boceto del monumento donde se pude ver una figura femenina alada y varias figuras más, águilas, leones. Todas las esculturas en mármol y bronces fundidos del monumento fueron hechas en París y Florencia, incluyendo la original del Ángel, su autor fue Enrique Alciati, escultor italiano que llegó a México hacia 1895.
La construcción del monumento es una historia de vicisitudes y contratiempos. La primera piedra se colocó el 2 de enero de 1902 y tardó casi ocho años en concluirse. Su edificación tuvo serios problemas debido a hundimientos de la cimentación cuando la columna de piedra había llegado ya a los 20 metros de altura de sus 45 totales.
De tal manera que de julio a noviembre de l907 la columna fue desmantelada con todo y su pesada base para modificar la cimentación original. Cuenta uno de los entusiastas constructores que en 1908 hubo un segundo acto para colocar «la primera piedra», nuevamente fue enterrado el cofre original de 1902, que contenía el acta de inicio firmada por don Porfirio, monedas acuñadas en 1901 y diversos periódicos de la época.
Así, en medio de los primeros vientos de la Revolución, el 16 de septiembre de 1910, durante los festejos del centenario de la Independencia, el monumento se inauguró pomposamente por Porfirio Díaz, en presencia del gabinete en pleno acompañado de don Salvador Díaz Mirón, el único poeta invitado. Pero si bien las ingenierías de principios del siglo solucionaron la estabilidad del monumento, no resolvieron el hundimiento del subsuelo.

El Ángel se ha convertido en uno de los más evidentes y claros ejemplos visuales del hundimiento de la ciudad; cualquiera lo puede comprobar. Una fotografía de Hugo Bremhe de 1910, a pocos días de la inauguración del monumento, lo capta con sólo nueve escalones del piso de la calle a la base. Hoy tiene 14 más, agregados durante el siglo XX a medida que el suelo a su alrededor se hundía como resultado de la extracción del agua.
Pero los detalles de su construcción no son los únicos escándalos que ha protagonizado nuestro Ángel. Mírelo bien: el Ángel es en realidad la representación femenina de una victoria alada; en la mano derecha ofrece un laurel y en la izquierda sostiene una cadena rota, representando el fin de la colonización; mide 6 metros y medio de alto y es de bronce recubierto con láminas de oro.
Existen diversas versiones, no ajenas a la especulación, sobre la modelo. Aseguran que fue alguna de las dos hijas del autor del monumento, Alicia o Antonieta, cuando viajaron con su papá hasta París para inspeccionar las esculturas. (Antonieta, notable promotora del arte vinculada con los ambientes intelectuales de la posrevolución, se suicidó el 11 de febrero de 1931 en la catedral de Notre Dame, en París). Otras versiones con mayor fundamento histórico afirman que se trata de Ernesta Robles, una modesta costurera.
Sea lo que fuere, la cabeza original, destruida por el sismo del 28 de julio de 1957, fue sustituida por los escultores José María Urbina y Sergio Fernández y el fundidor Moisés del Águila; el Ángel reconstruido de pies, busto y cabeza fue reinagurado otro 16 de septiembre, pero de l958, por el presidente Adolfo Ruiz Cortines y el regente de hierro, Ernesto P. Uruchurtu.
Con la idea de diluir un poco la solemnidad de la historia, el nuevo rostro del Ángel -se asegura- fue el de Ana Bertha Lepe, seleccionado de entre 200 que participaron en el “casting”, aunque otras versiones dicen que fue la misma Ernesta Robles, con unos añitos de más. Vaya usted a saber; lo único cierto es que los vestigios de la cabeza original se encuentran actualmente en un edificio colonial del Gobierno del Distrito Federal, en el número 8 de la calle República de Chile.
A lo largo del fuste, o sea la columna misma, aparecen los nombres de ocho personajes: Allende, Rayón, Aldama, Mier y Terán, Matamoros, Victoria y Galeana, además de Iturbide, el controvertido caudillo, según la época histórica que lo juzgue, pues, acusado de traidor, fue pasado por las armas revolucionarias en 1824.
Al pie de la columna y en la parte central aparece Hidalgo portando un estandarte y más abajo dos figuras femeninas: una, en posición de reposo, es la Historia, consignando en un libro las hazañas, el sacrificio y la gloria de los héroes, y la otra es la Patria, ofreciendo a Hidalgo un laurel.
Un poco más abajo, sobre el primer piso de la base, rodean a la columna cuatro estatuas de mármol: son Morelos, Guerrero, Mina y Nicolás Bravo, por ese entonces, los héroes oficiales más importantes del movimiento independentista.
Abajo de este conjunto escultórico destaca un león cargado de laureles, que representa la poderosa voluntad del pueblo, la majestad y la fuerza; lo guía un niño genio que representa la obediencia, la dulzura o bien, el encadenamiento por la fuerza superior de la ley. El león y el niño son, en palabras de Rivas Mercado, «el pueblo fuerte en la guerra y dócil en la paz».
El incipiente feminismo de la época logró plasmar la memoria de cuatro portentosas esculturas de bronce sedentes (sentadas) al lado de voluminosos obeliscos que representan la paz, la guerra, la ley y la justicia. En el muro poniente del monumento aparecen también esculpidos nombres de heroínas como Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario y Mariana Rodríguez, aquella legendaria revolucionaria que se enfrentó al ejército español con toda su familia. Otra figura femenina es el perfil de la hija del autor del monumento, Alicia Rivas Mercado, que aparece en la puerta principal del mausoleo.
Pasemos a este recinto que es la tumba de diversos caudillos revolucionarios de nuestra independencia. En el interior del mausoleo nos recibe de frente un curioso personaje considerado por algunos historiadores el primer padre de la patria. Es una escultura que representa a Guillén de Lampart, también conocido como Lombardo de Guzmán. Este interesante personaje irlandés, nacido en Wexford, llegó a México en l640 con el propósito de independizar la Nueva España de la metrópoli, y por esa revolucionaria idea fue quemado vivo en 1659, después de permanecer preso 17 años en las cárceles de la Perpetua, ubicadas en el edificio de la Santa Inquisición de la Plaza de Santo Domingo.
Acompañan a Lampart tres nichos. En el central reposan los cráneos de Hidalgo, Aldama, Allende y Mariano Jiménez, los cuales permanecieron durante 11 años colgados en el patio de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato. En un nicho lateral, las cenizas de Guerrero, Guadalupe Victoria, Leona Vicario, Quintana Roo y Mina, y en otro las de Morelos, Mariano Matamoros y Nicolás Bravo. La mayoría de estos restos se encontraban en la Catedral Metropolitana y fueron trasladados aquí el 16 de septiembre de 1925 por el presidente Plutarco Elías Calles; con ello, el monumento se convirtió en mausoleo.
La última obra realizada fue el nicho de la lámpara votiva del arquitecto Federico Mariscal, inaugurada el 12 de mayo de 1929 por el presidente Emilio Portes Gil. En total se resguardan aquí cuatro cráneos y ocho urnas con cenizas; es decir, los restos de 12 héroes nacionales de nuestra independencia y un osado revolucionario procedente de tierras irlandesas.